Future tense

Sábado. Día libre. Temprano. Ordenador.

Buenos días.

– Buenos días.

¿Has dormido bien? Sí, como una reina, lo sé. Ocho horas, doce minutos, cuarenta y dos segundos. Éstas son las actividades que he seleccionado hoy para ti. Ese desayuno de tostadas con margarina y zumo de naranja que tanto te gusta. Supermercado. Paseo por la rambla. Cervecita en terraza. Comida en el chino, creo que un chino hoy te vendría genial. Peliculita en casa. Si quieres, puedes pedir que te traigan el chino a casa también. Luego, quizás una siesta. Redes sociales. Y a eso de las diez, como habías quedado, de copas con los amigos.

– ¿No había esta mañana un festival de cometas en la playa?

Sí, pero no figura entre tus gustos. Quizás pudieras sustituirlo por el paseo, aunque ya sabes que el paseo es algo que te relaja, y además el festival se puede alargar demasiado y luego ya te quitaría tiempo para comer. Pero, si quieres, añado festival de cometas a tu algoritmo para una próxima ocasión. Cielo nublado. Temperatura rondando los dieciocho grados, que podrán alcanzar los veinte o veintiuno a mediodía. Poco viento. Hemos escogido este conjunto para ti: la blusa beige estampada, los pantalones vaqueros que acabas de sacar de la secadora, las zapatillas de deportes –a las que, por cierto, ya no les queda mucho–, los calcetines morados gruesos, de media caña, sudadera, gorrito de lana quizá.

Bajas. Saludas al portero. Buenos días.

Buenos días. No tenemos mal tiempo hoy.

– No, eso parece.

¿De compras?

– Sí, al supermercado.

Si me permite, le advierto que están de obras en la acera de la calle del Molino, así que lo mejor será que siga bien recto por la nuestra, cruce por el paso de peatones a la altura del locutorio y ya siga hasta doblar la esquina. Fíjese en el escaparate de doña Mercedes, que acaba de renovarlo con el género que le entró ayer, y hay unos tops monísimos. También hay pan recién hecho en la panadería, ¡hasta aquí llega el olor!, ¿no lo nota? ¡Qué maravilla! Y, claro, si dispone de tiempo y le apetece, podría parar donde Ignacio y comprar bonoloto, que hay bote de no sé cuántos millones.

– Bueno, ya veré.

Claro, claro, yo sólo le indico lo que le gusta. Ya sabe.

Supermercado. Buenos días.

Hombre, Mariola, un segundo. ¡Niño, mira el perfil de la señorita Mariola en la tableta y vete preparando el carrito! Es nuevo, ¿sabes?

– Ya, pero es que hoy quería…

No me digas más, no me digas más, ese chocolate tan rico que…

– No, sólo quería moverme a mi aire, caminar por los pasillos, ver las estanterías, descubrir algo nuevo.

Bueno, claro, Mariola, lo que tú quieras, pero en cinco minutos tienes lo tuyo preparado, ¿y qué vas a descubrir que no tengamos registrado ya?

– Pues si no lo descubro, no lo sé.

Quita, quita, te conozco y no hay nada que valga la pena. Perder el tiempo, eso es lo que harás. Pero oye, como quieras. ¡Mira, ya está aquí el chico! Échale un vistazo. ¿Te falta algo? No, ¿verdad? Lo que te digo, aquí nunca fallamos.

Harta. Mariola se sentía cada día un poco más harta. No recordaba muy bien cómo se había puesto en marcha toda aquella parafernalia. Aquella locura. De buenas a primeras, todo el mundo se había puesto a curar todo. Curar, así llamaban a aquello de dirigir tu vida, a predeterminar tus pasos y tus acciones merced a los intereses y gustos registrados en tu perfil. ¡Si a Facebook le funciona! Todo el mundo tenía registrado el perfil de todo el mundo, algoritmos de reconocimiento y selección proliferaban por todas partes, aplicaciones específicas para empresas, instituciones, comercios, colegios, de uso individual… Todo el mundo conocía las preferencias de todo el mundo y sus necesidades. ¡Ella misma consultaba cada mañana su propia aplicación! La vida carecía ya de emoción, no había espacio para la sorpresa, y los pocos que se resistían a participar de aquella vorágine de optimización, se exponían a las habladurías y el rechazo, cuando no a la sospecha. Casos conocía que acababan en investigación oficial. Ni Huxley habría podido imaginar un mundo tan feliz.

Y aquí estoy, en la rambla, como cada sábado que libro. Las mismas flores, los mismos árboles, los mismos parterres, los mismos adoquines, la misma vista, la misma gente, las mismas moscas, las mismas hormigas. ¿Y si me fuera a la playa, a lo de los cometas? Pues seré tonta, ¿quién me lo iba a impedir? ¡Taxi!

¿Estás segura, Mariola?

– ¡Claro que estoy segura! Y ahora, o te callas o te pongo en standby.

No se hable más, añadimos festival de cometas a tu algoritmo.

– ¡No añadas nada!

Como quieras.

Perdón, señorita –el taxista llevaba un rato esperando por la dirección de destino–.

– Oh, lo siento, estos cacharros. A Las Canteras, por favor, a la zona del Auditorio.

Muy bien. Si le parece, le pongo algo de U2, que sé que le gusta.

– ¿Me gusta?

Sí, eso dice mi aplicación. ¿Es erróneo?

– No… sí… me gusta… Lo que quiero decir es, ¿cómo sabe usted que me gusta?

Ah, jajaja, lo último en curación. ¿Ve esa pequeña cámara en el espejo? Reconocimiento facial. Luego directo a Facebook, gustos musicales y ya está. ¿No es extraordinario? –Mariola no escuchaba, miraba al infinito a través de la ventana–. También podemos hablar de lo último de Rosa Montero, a mí también me ha parecido interesante. O de política, yo también estoy en contra de eso de que la UE expulse a los refugiados.

– Oh, Dios. No, por favor, lléveme a la playa y punto.

Sí, ya veo en sus comentarios que es usted muy especial –Mariola emite un profundo suspiro, y calla.

La playa. ¿Cuánto hacía que no veía la playa? Sí, se quedaría allí lo que durase el festival. Y almorzaría unos calamares fritos y una buena cerveza en la misma avenida. ¿Calamares fritos? No lo tengo registrado en… Apagaría el smartphone. ¡A la mierda el yugo de la tecnología! Quería sentirse libre, plena, equivocarse, decidir… Ser ella misma. Pasearía envuelta en la brisa salada, bajaría a la arena, se mojaría los pies en la orilla del mar. Una tarde de sábado perfecta. Una foto. Preciosa. Las cometas, el azul del cielo, aquel precioso paisaje de rocas y espuma al fondo… Esto tengo que compartirlo en Instagram. Y en Twitter. Y Facebook. Y con los amigos en el WhatsApp. «Día espectacular. Sol, brisa, calamares, playa y cometas. ¡Me encanta Las Canteras!». ¡Foto subida!

Sol, brisa, calamares, playa y cometas. Te encanta Las Canteras. Gracias por actualizar tu perfil.

Un saludo,
Manuel M. Almeida

Imagen: Future sense (Alex Gross) | Vía: Marketing Directo

Manuel M. Almeida (Las Palmas de Gran Canaria, 1962) es periodista y escritor. Ha publicado las novelas ‘Tres en raya’ (1998, Alba Editorial) —finalista del Premio Internacional Alba/Editorial Prensa Canaria, 1997—, ‘Evanescencia’ (Mercurio Editorial, 2017) y 'El Manifiesto Ñ' (Editorial Siete Islas, 2018), así como las colecciones de relatos ‘El líder de las alcantarillas’ (Amazon, 2016) y ‘Cuentos mínimos’ (Mercurio Editorial, 2017), además de poesía y narrativa recogida en su blog mmeida.com, redes sociales, revistas y periódicos. De 2004 a 2014 mantuvo el blog mangaverdes.es, con el que cosechó seis premios internacionales, entre ellos al Mejor Comunicador en Internet (Asociación de Usuarios de Internet, 2010). Como periodista ha trabajado, entre otros medios, en Cadena 100, ‘La Gaceta de Las Palmas’, ‘La Provincia’, revista ‘Anarda’, ‘La Tribuna de Canarias’, ‘El Mundo/La Gaceta de Canarias’ o ‘Canarias7’, ejerciendo en los tres últimos el puesto de subdirector. Ha publicado dos trabajos discográficos como cantautor, ‘Nueva semilla’ (Diva Records, 1990) y ‘En movimiento’ (Chistera, 1992). Actualmente dirige DRAGARIA. Revista canaria de literatura.