Te duermes cada mañana con el knock knock knockin’ on heaven’s door en los labios y en tus sueños eres tú misma la que golpeas una puerta cada vez distinta que te conduce siempre a una misma estancia. Por eso despiertas con los nudillos rojos y rajados. En la calle nadie te extraña y el café hace tiempo ha dejado de calentarte la magua.
Esperas una llamada que no llega.
Hoy tampoco vas a ser feliz.
Quizás si lo intentas otra vez
logres acceder al fin a tu cielo.
No te queda otra que dormir.
Eso dicen tus brazos,
eso dicen tus brazos,
eso dicen tus brazos horadados.
Esta es la canción de Fabi descarnada. Él debe andar ahora por el barrio. Solía estar en casa a estas horas. Calientas otro poco de café y te vuelves al sofá con el knock knock knockin’ en los labios y la mirada extraviada, la aguja fría como un autómata entre tus dedos ovillados. Él debe andar ahora por el barrio. Había quedado a las diez. Pero a él poco le da que despiertes o te duermas. Él jamás repara en tus nudillos rotos: si tus manos se volviesen de pronto muñones, tampoco lo notaría.
Esta es una batalla que debes librar sola
cual desahuciada heroína,
aun sabiendo a ciencia cierta
que nunca podrás vencer.
Eso dicen tus dedos,
eso dice tu magua,
eso dicen tus venas,
eso dicen tus brazos,
eso dicen tus brazos,
eso dicen tus brazos knoqueados.
Un saludo,
Manuel M. Almeida
