«¡Heme aquí, cual Prometeo!», vomita cada mañana, cuando el águila de la resaca regresa a castigar su osadía. «¡Heme aquí!», el hígado herido, deshecho, picoteado. «¡Ese soy!», hasta perder la conciencia. Y vuelve a sentir a la noche con el primer sorbo cómo la víscera se le recompone, titán y héroe renovado, «¡benefactor del fuego, protector de la humanidad». Así hasta el amanecer en esa suerte de milagro-castigo, maldición y locura, rueda infinita de la desgracia que no sería capaz de concebir, en su ira, ni el más cruel de los dioses.
Un saludo,
Manuel M. Almeida
Imagen: ‘Prometeo‘ (1590-1596), de Gregorio Martínez