Dácil es cajera. Trabaja de nueve a siete en no sé qué hipermercado. Antes y después del trabajo, en las horas del crepúsculo, se sube a una loma y observa las salidas y puestas de sol. Le gusta imaginar que, en realidad, es el Sol el que se detiene a contemplarla, el que hace un alto en su recorrido eterno para ver cómo emerge y se oculta su frágil silueta detrás de la montaña. Entonces se siente viva, única y plena. Y no es que desee que el universo entero gire en torno a ella. Bueno, un poco sí. Un poco. Solo un poco. Al menos en esas horas, breves y mágicas.
Un saludo,
Manuel M. Almeida