Con qué ojos ha de contemplar la muerte asistida de su padre? ¿Con los ojos curiosos de lo inédito? ¿Con los ojos culpables de quien no está en paz con su conciencia? ¿Con ojos violentados por el horror que produce todo óbito? ¿Ojos serenos, neutrales de forense? ¿Los ojos angustiados del qué dirán? ¿Ojos orgullosos de poder poner fin a un sufrimiento infinito? Hace años que la eutanasia es un procedimiento común y legal en su Estado, y a pesar de eso cada defunción piadosa, como lo llaman, conserva algo de clandestino e inmoral, de ceremonia contranatura. A esas alturas, muy pocos son ya los que la cuestionan. Ella misma ha firmado los documentos para, llegado el caso, ser desconectada. Pero ahora que se dirige a la sala de su padre no sabe qué ojos lleva ni qué ojos debería llevar. Tampoco sabe que no le harán falta. Tras el cristal, cruzará los ojos con los de su padre. Y será su padre quien mire por ella. Con esos ojos dulces de siempre, con ojos de no no no, no tienes por qué llorar, pequeña.
Un saludo,
Manuel M. Almeida