Le bastaban dos o tres elepés, un paquete y medio de cigarrillos y diez o doce copas de algún Burdeos barato para sentirse poseído por el espíritu de Charles Aznavour. Así se lanzaba a la calle entonando himnos de dulces melodías orquestadas y socorriendo en su metamorfosis a toda mujer desahuciada con la que cruzaba el paso. No era poeta, era la poesía. No era cantante, era la canción. Compraba rosas rojas, veintitrés, en la primera floristería con la que se topaba, y luego las regalaba una a una a otras tantas de las mujeres secas, golpeadas, dolidas, de aquellos barrios marginales que frecuentaba. «Tu es mon Edith, ma chérie», entonaba arrebatado. Lo llamaban Charlie a secas, Charlie el romántico o Charlie el loco. Él llegaba satisfecho a casa. Se tiraba en el sofá. Le bastaban dos o tres recuerdos del día, un paquete y medio de complacencia y diez o doce tazas de caldo para sentirse liberado, mas complice, del espíritu, aquel bendito espíritu, de Charlie Charles la esperanza Aznavour.
—A todos los y las grandes que nos dejaron en 2018
Un saludo,
Manuel M. Almeida