El tipo llegaba. Se sentaba entre el público. En cada silla había un ejemplar de la novela. De eso se encargaba la editorial. El maestro de ceremonias invitaba a leer durante media hora («Si les gusta, pueden comprarla»). Pasada la media hora. El tipo se levantaba. Se dirigía a la mesa y tomaba asiento. Depositaba una cartulina blanca sobre la mesa y un rotulador («Firma por firma, requería»). Al acabar, enrrollaba la cartulina, se la metía bajo el brazo y se despedía. Tenía la casa llena de cartulinas enmarcadas con los autógrafos de sus lectores. Así presentaba sus libros.
Un saludo,
Manuel M. Almeida