Si «Los mercados son conversaciones«, tal y como advierte el primer punto del ‘Manifiesto Cluetrain‘, texto inspirador de la Web 2.0, ¿qué podríamos decir, entonces, del mercado editorial o, más extensamente, del periodismo, cuya materia prima es precisamente la comunicación?

Sin lugar a dudas, el periodismo ha sido siempre eso, conversación, pero el periodismo de este nuevo milenio es, además, conversación directa, abierta, múltiple y democrática. Frente a la conversación diferida que caracterizaba a los medios de antaño, el nuevo periodismo no se puede concebir sin esa relación simbiótica con lo que aún hoy llamamos ‘lectores’, cuando en realidad son ya también redactores, fotógrafos, videorrealizadores, correctores, editores, defensores del lector, críticos, accionistas, distribuidores y, sí, todavía clientes, entre otros roles.

No entender esta realidad es no entender nada de lo que está ocurriendo -ha venido ocurriendo y seguirá ocurriendo- en el ámbito de la comunicación. Tratar al ciudadano como mero ‘lector’ en un universo comunicativo plagado de posibilidades es un error cuya gravedad hace tiempo que ha comenzado a pasar factura a la industria -que no al periodismo-, aunque ésta se empeñe en ceñir a otros factores las causas de sus males.

En este escenario, la vieja pregunta ‘¿comentarios sí? – ¿comentarios no?’ debería parecer fuera de lugar. Comentarios sí, por supuesto, sería la respuesta coherente y adaptada a este nuevo ecosistema. Sin embargo, no todos parecen tenerlo tan claro. Y no por los resultados de un análisis riguroso y comprometido en dar respuesta a los nuevos retos, sino más bien por intentar solucionar a salto de mata los problemas que surgen de una errática estrategia basada en el interés y la rentabilidad inmediatos.

So riesgo de resultar simplista y en muchos casos injusto, podríamos establecer la evolución de la actitud del grueso de los medios de comunicación respecto a la presencia de comentarios en sus noticias -con todas las excepciones que existen, insisto- en estos tres ‘hitos’:

  1. En un primer momento, rechazo frontal, fundamentalmente por el miedo a perder el control de la información y a la denuncia directa. Era el tiempo en que también se despreciaba, por ejemplo, el papel de los blogs, aunque en general era toda Internet -y lo que suponía- la rechazada y vilipendiada.
  2. Una vez aceptado, a regañadientes, que no había marcha atrás y que eso del ‘social media‘ podía reportar pingües beneficios en audiencia y, por tanto, en términos económicos, no sólo los comentarios, sino también las redes sociales y los propios blogs se fueron incorporando paulatinamente hasta constituir elementos esenciales de la oferta periodística en la Red.

    No se partía de planteamientos tales como la importancia de la conversación para el enriquecimiento de la práctica periodística, en la inmensa mayoría de los casos la motivación venía dada por cuestiones de imagen y, sobre todo, por ese incremento de la difusión al que antes hacíamos referencia.

    Por tanto, en los hilos de comentarios se permitía de todo, insultos, trolleo indiscriminado, injurias, usurpación de identidad… todo a mayor gloria de los clicks, de las visitas y de las páginas vistas que tan bien lucían en la OJD, por ceñirnos a España, aunque puede usted cambiarlo por cualquier otro organismo de seguimiento de audiencias a escala internacional.

  3. Y así, hasta llegar al momento actual, en que bien por los riesgos legales, bien por la pésima imagen que se ofrece a lectores y anunciantes, bien por el enorme esfuerzo de personal que supone la tarea de moderación o bien por la cada vez más escasa aportación de los comentarios a los índices de audiencia, la tendencia es a suprimirlos o acotarlos en más o menos estrictos sistemas de identificación o incluso de pago.

La penúltima de estas ‘deserciones’ ha sido la de Reuters, en una iniciativa que ha sido fuertemente criticada por profesionales y usuarios. Entre estas críticas, me quedo con la del director ejecutivo de ‘The Guardian’ para el ámbito digital, Aron Pilhofer, que en una conferencia en Londres señalaba:

"Creo firmemente que el periodismo digital debe ser una conversación con los lectores. Este es uno, si no el área más importante que las redacciones tradicionales ignoran.

Usted ve cómo, sitio tras sitio, van matando los comentarios y alejándose de la comunidad. Un error monumental. (…) Los lectores necesitan y merecen una voz. Deben ser una parte fundamental de tu periodismo".

Y ésta es la pìedra angular del debate. Un debate, por cierto, que ya cuenta con un amplio bagaje en la blogosfera, donde también muchos han decidido darle la espalda a los comentarios, fundamentalmente por imposibilidad de atender la ingente tarea de gestionarlos y mantener ‘limpia’ la conversación. Muchos de ellos -indicativo- han vuelto a habilitarlos.

Cierto es que la Web 2.0 y el enorme desarrollo de la comunicación móvil hacen posible extender el concepto de comentario a las menciones o discusiones en las redes. Lo argumentaba Dan Colarusso, editor ejecutivo de Reuters Digital, para justificar la decisión de la agencia:

"Gran parte del debate bien informado y articulado en torno a las noticias, así como las críticas o elogios hacia las historias, se ha trasladado a redes sociales y foros. Esas comunidades ofrecen una conversación vibrante y, muy importante, autocontrolada por los participantes para mantener a raya a aquellos que abusan del privilegio de comentar".

Pero extender el debate no implica suprimirlo en origen. Nadie le dice algo a la cara a otra persona y luego le insta a responderle por Twitter. Y de eso se trata. Los mercados son conversaciones. Y las conversaciones se sustentan en personas. El periodismo, aún más. Todo ‘lector’ debe tener la posibilidad de comentar y conversar exactamente en el mismo sitio donde se publica la noticia. No puede verse obligado a hacerlo en otro sitio o momento. Tiene derecho a que su opinión aparezca junto al texto original, y que el resto de los ‘lectores’ puedan cotejar una y otro ‘in situ’, sobre la marcha.

En última instancia, además, en el entorno de la conversación, ¿qué diferencia a un medio que deriva sus comentarios hacia otras plataformas de un periódico de papel que puede hacer exactamente lo mismo?, ¿qué rasgo diferenciador ofrece frente a los medios del pasado siglo? y, sobre todo, ¿qué aporta a la evolución y regeneración del nuevo periodismo? Más bien nada.

Decir que otros -redes sociales o foros- lo hacen muy bien es admitir que nosotros lo hacemos muy mal. Y esto, para un medio de comunicación, es inadmisible, a poco que pretenda servir de referencia o, simplemente, sobrevivir.

Los comentarios son un elemento esencial del nuevo periodismo y la tarea de cualquier medio convencido de su papel en esta era de grandes transformaciones y comprometidos con su futuro es la de fomentarlos, integrarlos en la propuesta periodística y moderarlos para que cumplan con su función, es decir intercambio de ideas y opiniones, espacio para la reflexión y aportación de elementos que enriquezcan la noticia.

Así, pues, la cuestión no debería residir en si se habilitan, o no se habilitan comentarios, sino en por qué los habilitamos, para qué los habilitamos, cómo los habilitamos.

Cualquier otra solución es una renuncia a nuestra propia responsabilidad como periodistas, y quien dice periodistas dice blogueros. Sin comentarios no hay conversación. Y sin conversación nunca, pero hoy menos que nunca, hay comunicación efectiva.

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Manuel M. Almeida (Las Palmas de Gran Canaria, 1962) es periodista y escritor. Ha publicado las novelas ‘Tres en raya’ (1998, Alba Editorial) —finalista del Premio Internacional Alba/Editorial Prensa Canaria, 1997—, ‘Evanescencia’ (Mercurio Editorial, 2017) y 'El Manifiesto Ñ' (Editorial Siete Islas, 2018), así como las colecciones de relatos ‘El líder de las alcantarillas’ (Amazon, 2016) y ‘Cuentos mínimos’ (Mercurio Editorial, 2017), además de poesía y narrativa recogida en su blog mmeida.com, redes sociales, revistas y periódicos. De 2004 a 2014 mantuvo el blog mangaverdes.es, con el que cosechó seis premios internacionales, entre ellos al Mejor Comunicador en Internet (Asociación de Usuarios de Internet, 2010). Como periodista ha trabajado, entre otros medios, en Cadena 100, ‘La Gaceta de Las Palmas’, ‘La Provincia’, revista ‘Anarda’, ‘La Tribuna de Canarias’, ‘El Mundo/La Gaceta de Canarias’ o ‘Canarias7’, ejerciendo en los tres últimos el puesto de subdirector. Ha publicado dos trabajos discográficos como cantautor, ‘Nueva semilla’ (Diva Records, 1990) y ‘En movimiento’ (Chistera, 1992). Actualmente dirige DRAGARIA. Revista canaria de literatura.

2 Comentarios

  1. Hola Manuel. He hablado mucho del tema en Incognitosis -una de las últimas veces, aquí-, y me he formado una opinión bastante clara sobre el papel de los comentarios en los medios online.

    No querría enrrollarme mucho, así que mi conclusión es que como todo lo que forma parte de un medio, los comentarios deben compensar y deben aportar algo, tanto al medio como a los lectores. El concepto de conversación que desde el principio se asoció a los blogs es muy bonito, pero de todo hay en esta vida. Hay medios que leo casi más por los comentarios que por sus contenidos (Hacker News, Slashdot), otros en los que los comentarios aportan tanto como los contenidos o casi (Ars Technica), y otros muchos, la mayoría, en los que esa conversación parece un diálogo de besugos.

    Aquí la responsabilidad es desde luego del medio, que no ha sabido o no ha querido realizar la tarea de moderación y participación. A los lectores hay que cuidarles, mimarles y, desde luego, atizarles cuando toque. Si te tiembla el pulso en una u otra faceta, estás condenado a tener una conversación en la que la parte de los lectores no aportará nada, y esa parte condenará cada vez más unos comentarios que se convertirán en algo que ningún medio querría tener asociado.

    Así que si los comentarios se desbocan o no aportan, es decir, si los comentarios no son conversación sino solo ruido, yo no solo voto por eliminarlos: lo exijo. Decía Enric González aquello de que «lo peor del periodismo son los lectores», y aunque la frase es telita, tiene buena parte de razón. Solo hay que darse una vuelta por la mayoría de medios generalistas de nuestro país para ver ese tono Sálvame Deluxe del que yo huyo como de la peste.

    Hay excepciones, desde luego. Puedo decir con orgullo que en mi blog la conversación existe, y lo hace después de cierto trabajo de moderación y gracias a que el volumen de ese trabajo era perfectamente asumible. Pero tengo otras batallas perdidas de medios que veo todos los días y que desearía que eliminasen esa ruidosa, absurda y fútil conversación que pareces defender a todos los niveles. A mi no me aporta nada, y de hecho solo encuentro desventajas en mantenerla. Es en esos casos en los que esa alternativa de trasladar la conversación a otras alternativas, aunque no la opción más cómoda, puede ser un buen paliativo para redirigir esa conversación por cauces normales.

    Que viva la conversación, Manuel. Pero desde luego, que no lo haga el ruido.

  2. Completamente de acuerdo, Javier. Tal como expongo en el post, la habilitación de comentarios es una responsabilidad por duplicado: la del compromiso con la actualización del periodismo, y la de velar por la efectividad de la conversación. Prescindir de este modelo, en cualquier caso, aporta muy poco.

    Un saludo.

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