Laure Albin Guillot

Reflexiona hoy Borja Adsuara en un interesante artículo en elpais.com acerca de la censura en las redes sociales, no la censura ejercida desde gobiernos o cualquier otro estamento de poder, sino la censura impuesta por las propias redes a través de sus condiciones de uso o, quizá convendría precisar, a través de la interpretación de dichas condiciones, porque en realidad suelen ser tan ambiguas y genéricas que dejan en manos de sus responsables la posibilidad de ‘jugar’ con su verdadero alcance.

Unas condiciones que se presentan como contrato ineludible para que el usuario pueda disfrutar de la plataforma, y que pueden suponer el bloqueo o expulsión de aquél en caso de contravenirlo. Condiciones, por otro lado, que en no pocas ocasiones entran en contradicción con leyes locales o derechos fundamentales reconocidos en textos constitucionales, provocando un evidente desfase.

Se trata de un problema al que se enfrentan los nuevos modelos de comunicación en red: precisan de una implantación global para su subsistencia y, por tanto, de la adecuación de sus prácticas a los preceptos legales y derechos reconocidos en cada país. Lo que les provoca quebraderos de cabeza a dos niveles: resolver las exigencias de los gobiernos, por un lado, y atender a las diversas sensibilidades y derechos de sus usuarios, por el otro. Acerca de lo primero ya hemos escrito en varias ocasiones. Hoy nos centramos en el segundo de los retos.

Hablaba de ello hace poco, haciendo referencia a la decisión de Twitter de bloquear las cuentas de Politwoops, dedicadas a ‘rescatar’ los tuits borrados por políticos. Y es precisamente en el ámbito de la política, del sexo, de la propiedad de los contenidos, de la privacidad o de la libertad de expresión donde se producen las mayores colisiones.

Google, Apple, Facebook, Twitter, Instagram… Prácticamente no hay plataforma que no haya tenido que enfrentarse a denuncias por quebrantar derechos fundamentales o por un exceso de celo en la aplicación de normas morales ya superadas o inaceptables en determinado país.

La uniformidad que pretenden las compañías instaladas en la red social resulta sencillamente imposible no sólo porque el ser humano es diversidad, sino porque como señalaba en el citado post sobre Twitter, las condiciones de participación no están por encima de la Ley, por encima de las leyes de cada territorio donde operan. Cualquier contrato, sea público o privado, debe respetar la legalidad y, por supuesto, los derechos y libertades contenidos en las constituciones, muchos de ellos de carácter irrenunciable.

Una uniformidad que, básicamente, está imbuida del sistema jurídico y la moralidad estadounidenses –cuna de gran parte las empresas del ramo– y, por tanto, no tienen por qué responder ‘per se’ ni a las sensibilidades ni a los marcos legales en los que se mueven los usuarios de otras latitudes.

Así, mientras en la sociedad estadounidense el desnudo humano es en general un tema tabú; en Europa la mentalidad es, también por lo general, mucho más abierta, especialmente si estamos ante una representación de carácter artístico o informativo. En consecuencia, censurar la visión de un seno puede tener sentido en EEUU, pero en España es capaz de motivar una oleada de protestas, como en el caso de Nuria Roca en Instagram al que se refiere Borja en su artículo, entre otros.

Y no se puede decir que no haya soluciones sencillas y viables al alcance de la mano. 500px, sin ir más lejos, permite a los usuarios aplicar voluntariamente un filtro para no ver fotos de desnudos. También se podría dotar a los algoritmos de variables ‘legales’ o ‘morales’ por país. O dejar a criterio de los responsables de la empresa en cada región determinar qué contenidos deben o no mostrarse.

También sería de desear un marco legal global para las compañías de social media. Pero eso sí que va a ser difícil a corto o medio plazo, casi de derecho-ficción.

Todos y cada uno de estos derechos y libertades son el resultado de siglos de luchas, sacrificios y movilizaciones, del afán de progreso de la humanidad. Y, desde luego, no puede ser la torpeza o pereza empresarial de la Web 2.0 la que venga a desmontarlos. Porque todos estábamos convencidos hace apenas una década que la Web 2.0 y la red social llegaban para coadyuvar en la dura pero apasionante tarea del progreso, no para la contrario. Aunque, para ser justos, hay que admitir su papel relevante en importantes procesos.

Y, vale, sí, también rectifican. Pero de poco vale ir rectificando a salto de denuncia, si en cada rectificación te vas dejando parte de tus simpatías y potencial de usuarios. Resultaría más inteligente y, como digo, relativamente fácil, desarrollar los mecanismos necesarios para evitar los desfases entre unas condiciones de participación uniformes y los derechos civiles. Porque de lo contrario, se corre el riesgo de acabar naufragando, y si no es por las acometidas de la Justicia, puede ser por la hostilidad de los usuarios.

Imagen: Fotografía de Laure Albin Guillot,
censurada en la cuenta del museo Jeu de Paume de París en Facebook

 

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Manuel M. Almeida (Las Palmas de Gran Canaria, 1962) es periodista y escritor. Ha publicado las novelas ‘Tres en raya’ (1998, Alba Editorial) —finalista del Premio Internacional Alba/Editorial Prensa Canaria, 1997—, ‘Evanescencia’ (Mercurio Editorial, 2017) y 'El Manifiesto Ñ' (Editorial Siete Islas, 2018), así como las colecciones de relatos ‘El líder de las alcantarillas’ (Amazon, 2016) y ‘Cuentos mínimos’ (Mercurio Editorial, 2017), además de poesía y narrativa recogida en su blog mmeida.com, redes sociales, revistas y periódicos. De 2004 a 2014 mantuvo el blog mangaverdes.es, con el que cosechó seis premios internacionales, entre ellos al Mejor Comunicador en Internet (Asociación de Usuarios de Internet, 2010). Como periodista ha trabajado, entre otros medios, en Cadena 100, ‘La Gaceta de Las Palmas’, ‘La Provincia’, revista ‘Anarda’, ‘La Tribuna de Canarias’, ‘El Mundo/La Gaceta de Canarias’ o ‘Canarias7’, ejerciendo en los tres últimos el puesto de subdirector. Ha publicado dos trabajos discográficos como cantautor, ‘Nueva semilla’ (Diva Records, 1990) y ‘En movimiento’ (Chistera, 1992). Actualmente dirige DRAGARIA. Revista canaria de literatura.

1 Comentario

  1. Muy interesantes reflexiones. Sin duda alguna las redes sociales reflejan la visión que tienen sus creadores del mundo, nada menos, sin olvidar por supuesto la legislación de los EEUU donde, como bien dices, radican muchas de ellas.

    En otras palabras, los mecanismos de cada RRSS aparte, unos pocos personajes (los creadores de Google, Facebook, Twitter y unos pocos más) con su visión hacen que enormes cantidades de la población mundial, afortunadamente no toda, se incruste en las estrechas casillas que ellos han creado desde sus visiones limitadas.

    Las limitaciones son comprensibles. Todo el mundo las tiene y es difícil salirse de ellas. Lo que da mucho que pensar es el impacto que tienen estas limitaciones en la población que tiene el acceso a las tecnologías. La censura está presente sí o sí y, creo, siempre estará presente por múltiples motivos. Nunca lloverá a gusto de todos.

    Por oro lado no hay que exagerar el carácter «democratizador» de las redes y su papel «revolucionario», poco menos que portador de la «libertad», ese «vehículo» de las «revoluciones». Las revueltas árabes a las que aludes al final del penúltimo párrafo son revueltas: poner todo patas arriba. Como vemos no ha traído nada bueno salvo muertes, destrucción, sufrimiento. En este sentido las RRSS jugaron su papel nefasto de facilitar estas tragedias.

    Ninguna revolución se hace con el entusiasmo o el descontento de la gente. Para esto es necesario contar con muchísima pasta. Eso es lo que hicieron: invirtieron mucho en desestabilizar el mundo árabe y las RRSS fueron usadas como este instrumento pseudo-revolucionario.

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