Encender la tele y vomitar fue todo uno. En ese primer instante de desconcierto no supo si pulsar un antiemético o tomarse el mando a distancia. Optó por lo tercero. Nunca sabremos en qué consistió lo tercero, pero durante un bloque de anuncios se vio a sí mismo troceado en canapés y servido sin guarnición al enjambre de voces hambrientas que protagonizaba la tertulia. Después, un eructo unánime en vivo y en directo. Él, de regreso al sofá. Otro vómito. Y un nuevo bloque de anuncios.
Un saludo,
Manuel M. Almeida