“El sueño de la razón produce monstruos”, reza en una esquina inferior del enigmático grabado de Francisco de Goya en el que un hombre yace adormecido sobre un escritorio bajo la atenta mirada de un gato y la irrupción de toda suerte de criaturas de la noche. Como todo lo enigmático, la imagen está expuesta a múltiples interpretaciones. Hay quien ve en ella las funestas consecuencias de la irracionalidad, hay quien evoca el productivo recurso de la imaginación e incluso hay quien apunta a los indeseables efectos de un ideal exacerbado. Son muchas más, pero éstas son las más habituales. Unas más brillantes que otras, pero todas verosímiles. Yo también tengo la mía. Siempre he considerado que el sueño de la razón bien puede ser la indolencia, el adormecimiento, la insensibilidad. Bajar la guardia o dar la espalda a la realidad, a todo aquello que nos influye y determina. La renuncia a pensar por nosotros mismos, a disentir y reivindicar, el sometimiento a la hipnosis de cualquier poder: el descuido de las libertades es el mal que se esconde detrás de nuestras peores pesadillas.

En esta lectura, las causas que pueden conducirnos a ese sueño autodestructivo van desde el desencanto a la sumisión, pasando por la impotencia, la frustración, la inconsciencia o la aquiescencia. Pero siempre con un denominador común: la capitulación frente a los narcóticos efluvios del ‘establishment’. Un sueño que se torna ceguera, una invidencia de clase, terrible, suicida, contra natura.
Los españoles nos enfrentamos este próximo domingo a una de las elecciones generales más trascendentales de nuestra memoria reciente, quizá la más crucial desde 1982. Trascendentales por el momento histórico que vivimos, marcado por la necesidad de profundos cambios estructurales, pero también por la oportunidad de ponerle coto a la peligrosa deriva involucionista de estos últimos cuatro años. Estas elecciones, con el bipartidismo clásico herido de muerte, pueden convertirse efectivamente en el hito que señale, de forma incuestionable, el tan traído y llevado ‘fin de la Transición‘. No son, por tanto, unos comicios más. Se equivocan aquellos y aquellas que piensan que son un mero trámite. Se equivocan los escépticos, los reticentes, los conformistas y los mordaces. No son elecciones para abstencionistas.
A pocos días de la cita con las urnas, no hay una sola encuesta que no certifique una victoria del Partido Popular, en un porcentaje muy superior al del resto de formaciones en liza, tradicionales o emergentes. Hablamos del Partido Popular que ha hecho de la economía una herramienta con la que proteger a millonarios y defraudadores, y empobrecer al resto de la ciudadanía. El Partido Popular que ha elevado la deuda y el déficit de todos los españoles a niveles jamás alcanzados. El Partido Popular que ha dinamitado las políticas sociales, sanitarias, culturales y educativas; que ha forzado a emigrar a miles de jóvenes, que ha arruinado la investigación científica. El mismo Partido Popular que ha rescatado bancos y desahuciado a miles de familias. El Partido Popular que ha despreciado a los inmigrantes, la memoria histórica o el crecimiento sostenible, atentando contra los valores naturales de nuestra tierra. El Partido Popular que ha resquebrejado la cohesión territorial. El mismo Partido Popular que ha confundido mayoría absoluta con mayoría absolutista, gobernando con un sesgo antidemocrático que creíamos desterrado. El Partido Popular que ha arremetido contra derechos y libertades ciudadanas, contra internautas, periodistas, creadores, comentaristas y manifestantes; retrotrayéndonos a un marco legal más propio del tardofranquismo que de una auténtica democracia. Ese Partido Popular podrido de casos de corrupción, que se niega a afrontar los cambios que los nuevos tiempos demandan, tanto en la Constitución, como en regeneración y transparencia. El Partido Popular que huye de las cámaras y de la gente, el de la arrogancia y la mentira sin rubor, constante, manifiesta, la mentira sincera, si se me permite el oxímoron.
Hoy somos más pobres, más frágiles y menos libres que ayer.
No me imagino a una pensionista, a un parado, a una maltratada, a un científico, a una emigrante, a un inmigrante, a una trabajadora, a un autónomo, a una desahuciada, a un dependiente, a una ecologista, a un contribuyente, a una canaria, a un artista, a una inversora, a un ahorrador, a quien no le alcance para comer, no llegue a fin de mes o sufra los rigores de la pobreza energética, a un médico, a una enferma, a un internauta, a una periodista, a un estudiante… votando al Partido Popular. Ni siquiera me imagino a un votante honesto del PP votando al PP, por las ya descritas y otras razones.
Pero haberlos, haylos. Y no parece que sean minoría. El sueño de la razón también produce votos. Votos extraños, incomprensibles, monstruosos. Quizá sea hora de revisar mi escala de valores. O quizá sea hora de despertar.
Quizá deberíamos afrontar de una vez que este país tiene una amplia mayoría de gente sin memoria, sin dignidad ni vergüenza. Produce una tristeza infinita comprobar un día tras otro que les damos licencia para que se rían y burlen una y otra vez de nosotros. Y lo hacen, vaya que si lo hacen.
Había una pintada callejera que decía «La esperanza fue lo último que se perdió». Visto lo visto creo que es verdad.
Un saludo.