Al salir de la tienda:
a) tropezó con el maldito escalón inadvertido de la entrada y vino a darse de bruces con la enigmática muchacha delgada que acababa de ver ojeando zapatillas baratas en el interior. No se dijeron nada. Ella siguió su camino melancólica avenida abajo y él se quedó allí observándola. Había creído reconocerla o tal vez solo le gustara. Pensó que se le hacía tarde y aceleró el paso en dirección al barrio viejo. Ya en casa, sacó la bufanda a rayas negra y beige de la bolsa de marca, la introdujo en un saquito exterior de la mochila verde, revisó los bártulos ordenados, cogió el saco de dormir y se dirigió a la nueva estación de guaguas.
b) notó que la temperatura había descendido notablemente. Llevaba dos días acampado en la montaña. Nada hacia presagiar un amanecer tan desangelado. El frío polar casi le impedía respirar y sentía que sus extremidades, desprotegidas, se congelaban. Notó un fuerte pinchazo en la garganta seca y se maldijo por procrastinar el tema de la bufanda. Se vistió a toda prisa, desmontó la tienda a duras penas. Con los dedos agarrotados, enrolló el saco de dormir, recogió los bártulos desordenados, se echó la mochila verde al hombro y bajó al pueblo cercano. Tomó la guagua. Se encajó los auriculares y puso música en el iPhone. A su lado se sentó una muchacha delgada.
Un saludo,
Manuel M. Almeida