Es media tarde en Haría, un bello pueblo de palmeras y casas blancas al norte de la isla de Lanzarote. Ángel tiene la tarde libre. Se sienta frente al ordenador y comienza a teclear de forma frenética. Mason vive en un pequeño apartamento de Auckland, Nueva Zelanda. Es madrugada. No logra conciliar el sueño, enciende su tablet y añade al texto que viene trabajando desde hace meses las dos o tres frases que le han venido rondando durante la noche. Ángel y Mason no lo saben, pero escriben la misma novela. Cada uno con sus palabras, claro, con sus giros, sus propias sintaxis, en sus respectivos idiomas. Sin embargo, la estructura, trama, personajes y escenarios son exactamente los mismos. Ese atardecer, Ángel llega a la conclusión de que su historia no tiene sentido, y con un simple clic del ratón envía el documento a la papelera. En ese mismo instante, al amanecer, Mason también decide abandonar. Cierra el documento, respira hondo y durante los próximos tres minutos no hace otra cosa que acercar y alejar del icono de borrado el dedo índice de su mano derecha. Entonces siente un impulso, nuevas ideas, recobra la fe en sí mismo, abre el documento y teclea. Es justo al tiempo en que Ángel, dubitativo, rescata el archivo de la papelera, lo repasa detenidamente y opta por continuar. Ya es madrugada en el apacible Haría y mediodía en la agitada Auckland. Ellos no se percatan, pero el texto de Ángel está ahora en inglés, él mismo escribe en inglés, mientras Mason lo hace en un perfecto castellano. And they do not know it, but both are writing just the same novel.
Un saludo,
Manuel M. Almeida